#38 Late Spring (1949), de Yasujiro Ozu

A falta de una palabra mejor, la llamaremos atención; y esta atención no es lo mismo que la concentración. De hecho, es más bien su opuesto. La concentración se suele ocupar de un tramo minúsculo del mundo y de su devenir, reduciendo el espacio-tiempo a un gránulo del cosmos que puede tener la forma de un dado, una corchea o una pincelada; o un punto y coma bien o mal puesto. La concentración es el dominio de un aquí insignificantemente estrecho y un ahora efímero, que puede prolongarse sin dejar de ser un ahora hasta que el párrafo esté terminado y el compás suene como se debe. La concentración puede simular la atención, pero lo contrario no es posible, porque la atención es un fin en sí mismo mientras que la concentración genera otras cosas: por ejemplo, un espacio encuadrado de tal manera que los objetos que lo habitan –los que se mueven y los que no– parecen hablar entre sí y decirle a quien los mira que, si pone atención, podrá apearse del tiempo y sentir que todos y todo son tramas y urdimbres del invisible tejido del mundo.

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